Bipolar de mierda.
Inútil.
Gorda, puta, tarada, fea, incogible, pescado, inservible.
Inútil.
Inútil.
Inútil.
Esos son sólo algunos nombres por los que me llamaron.
Me pongo nerviosa, me siento a leer manga en la computadora y me descubro a mí misma leyendo algo más neurótico que yo, Deadman Wonderland.
No soporto la presión, cedo ante el gusto y me bajo un cuarto kilo de helado.
Sola.
La panza duele, tengo ganas de vomitar y sigo comiendo. Sólo porque justo ahora, que acabo de seguir engordadno, no voy a parar.
Pero no lloro. Nunca lloro. Siempre me enseñaron que llorar está mal, por eso nunca me gusta que me vean llorando, por eso nunca lloro,
Y la presión en el pecho se hace fuerte.
Y ya siento el dolor de cabeza que antecede mis ganas de vomitar, pero no lloro, porque sólo lloro cuando no aguanto más la presión.
Pero no paro.
Y leo, y como, y leo comiendo escribiendo esta entrada.
Y me pregunto porque nunca voy a poder ir a un psicólogo, o porque nadie conoce mi lado oscuro, mi verdadero lado obscuro.
Porque es realmente oscuro. Y ahí aguardan todo tipo de ideas de muerte, suicidio, traumas, pesadillas y otras cosas innombrables, esperando agazapadas a que ceda a la presión para aflorar en mi mente y recordarme que no soy normal, ni remotamente normal.
Y que no debería estar viva, porque sólo le hago mal a la gente.
Pero se que, tarde o temprano, todo va a estar bien y voy a volver a mi cuarto a leer mis libros, en posición fetal, mientras le mando mensajes a mi novio esperando que responda, sólo como para asegurarme de que me sigue amando.
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